Hace una semana me llegó un correo electrónico reenviado, por lo que no sé su origen aunque el autor dice trabajar en una oficina del INEM. En él se relata el caso, que se da como verídico y que muy bien podría serlo, de un hombre de origen marroquí nacionalizado español, por lo que se supone que lleva en España los diez años que se exigen para obtener la nacionalidad por residencia, y que sin embargo apenas habla español. Según el correo, este hombre trabajó en España dieciocho meses y cobró la prestación por desempleo contributiva durante cuatro, subsidio por agotamiento (ayuda familiar) durante veinticuatro acreditando tener familia a cargo en Marruecos, subsidio por cotización insuficiente durante veintiún meses, y por último PRODI durante seis. Cincuenta y cinco meses de prestaciones en total. El autor se cuida de añadir una breve frase final para mencionar, como de pasada, que esos casos también se dan entre españoles. El resto del nada breve correo se refiere exclusivamente a los marroquíes.
Pues sí, estos casos se dan, sin que haya ninguna diferencia entre españoles y extranjeros ¿A qué tanto hincapié en la nacionalidad de origen? Este ciudadano ha trabajado aquí como cualquier español, ha cotizado aquí como cualquier español, tiene el mismo derecho a las prestaciones que cualquier español, y abusará o no del sistema como cualquier español. Porque espero que nadie sugerirá que los admitamos solo para que trabajen y coticen para nosotros, y cuando se quedan sin trabajo se vuelvan a su país con una palmadita en la espalda. Como dije en otra entrada, cuando vienen las vacas flacas es fácil caer en la tentación de echar la culpa a los inmigrantes y exigir que se marchen como si no tuvieran ningún derecho. Pues no, y ni siquiera voy a insistir en que la inmigración no es la causa del desempleo. A las duras y a las maduras.
Otro punto tiene este correo que merece la pena comentar, y es el hecho de que personas que llevan años viviendo y trabajando en un país apenas aprendan los rudimentos del idioma. Porque sí es verdad que podríamos estar empezando a tener un problema de integración. Por supuesto, hay muchos inmigrantes de diferentes nacionalidades que están bien integrados o se esfuerzan por integrarse, pero también es cierto que con frecuencia forman comunidades nacionales para darse apoyo unos a otros. Es lógico, y conviene que de vez en cuando nos metamos en su piel.
Hace años que tengo un trato superficial con un ciudadano marroquí. Cuando lo conocí hablaba español con dificultad, ahora muy fluidamente, tuvimos aquel día una conversación que me dio qué pensar. Le pregunté cómo se pronunciaba realmente su nombre y cuando me lo dijo debí de poner cara de eso no hay cristiano que lo pronuncie porque la conversación siguió así:
- ¿Es difícil, no?
- Para nosotros sí
- Pues imagínate cuando yo llegué a España, sin saber una palabra del idioma
Bromeé diciendo que tampoco sabía pronunciar algunos apellidos vascos pero, como digo, me dio que pensar. No es difícil ponerse en su lugar y entender que cuando llegan busquen la ayuda de sus compatriotas. El problema es que en esas comunidades que forman acaban relacionándose entre ellos, y no con los españoles, lo que dificulta su integración.
¿Y qué significa integrarse? Porque cada vez que surge el tema surge también algún tonto de baba (nacional o importado, que tontos de baba los hay en todas partes) que suelta la tontería de la tortilla de patatas. Integrarse no significa que deban renunciar ni a su religión ni a sus costumbres, sino simplemente que vivan aquí con normalidad. No tienen por qué adoptar nuestras costumbres, pero sí aceptarlas y respetarlas. Tampoco tienen por qué renunciar a las suyas, siempre y cuando estén dentro del límite tajante que imponen las leyes y no sean contrarias a los valores fundamentales de nuestra sociedad. Y en eso quiero ser claro, no admito que nadie me tilde de racista o xenófobo por no renunciar a principios que son irrenunciables.
También cabe esperar de los inmigrantes un esfuerzo por aprender, cuando menos, el idioma y las normas esenciales de convivencia. Nos corresponde a nosotros facilitarles en lo posible ese esfuerzo, y eso incluye dejar de tolerar que nos llamen racistas por no consentir conductas o dar tratos de privilegio que no consentiríamos ni daríamos a un español. Debemos facilitárselo, digo, por humanidad y porque solo así estaremos justificados, si no lo realizan, a suponer que no quieren integrarse. Y, entonces sí, podremos exigirles que se vuelvan a su país. Porque yo siento un gran respeto por los inmigrantes, pero no me siento obligado a respetar a quienes no me respetan.
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Si una persona viene a trabajar, cuando deja de hacerlo debe volver a su país de origen. Como pasaba con nosotros en Suiza. Una cosa es que se le de el paro y otra es que cuando se le termine se le den ayudas. Ha venido ha trabajar y si no hay trabajo debe volver. El que ha venido ha vivir es el que debe integrarse. Ahí es donde tenemos que analizar la cantidad de personas que podemos absorber en función de los recursos disponibles. Lo que nunca debe prevalecer son los derechos de los de fuera sobre el bienestar de los de casa (eso es un dogma en toda familia que se precie)
ResponderEliminarTienes razón en que las prestacines de nivel contributivo y las de nivel no contributivo son diferentes, eso no te lo voy a discutir, pero eso no cambia el problema. Creo que cometes un error de principio: no han venido a trabajar, sino a mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias. Además, tenemos que enfocar el problema de un modo más global. Volveré sobre el tema más ampliamente, mientras tanto te pediría, si no lo has hecho ya, que leas los dos últimos párrafos de la entrada 'Desempleo e inmigración'
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