domingo, 23 de febrero de 2014

La última bala

En las viejas películas del Oeste la última bala del revólver era para suicidarse antes de que los indios te cogiesen vivo, aunque luego siempre llegase la caballería a toque de corneta para evitarlo en el último instante. Estoy razonablemente seguro de que yo no tengo que temer que mis rivales ideológicos me torturen y maten lentamente, pero a pesar de todo dedicaré la última bala a poner fin a este cuaderno de apuntes de pensador aficionado que ya se ha prolongado demasiado. Quizá emprenda otra bitácora con otra forma, sobre otras cosas, pero no retomaré ésta.

Balas perdidas nació de un impulso repentino, un "pronto", de una manera improvisada y chapucera que mucho me temo que no haya mejorado en absoluto con el tiempo. Más bien al contrario: no solo es cada vez más chapucero, sino que se ha desviado por completo de lo que inicialmente pretendía ser. En su origen, se trataba de plasmar aquí mis modestas reflexiones sobre lo que veo, oigo o leo; lo que sé, lo que dudo y lo que ignoro; lo que despierta mi curiosidad o me divierte. Tendrían que haber tenido cabida (como la tuvieron al principio) la filosofía, las matemáticas, la historia, los libros o los simples juegos. Todo ello sin la menor pretensión de resultar trascendente y mucho menos didáctico.

En lugar de eso se ha convertido en un blog eminentemente político. La política y la economía han acaparado la mayor parte de las entradas. No es que no sea lógico dadas las circunstancias y los acontecimientos que hemos vivido en sus casi tres años de existencia. En todo tiempo, pero sobre todo en tiempos de cambio, me parece que es perfectamente razonable y hasta necesario informarnos, reflexionar, formarnos nuestra propia opinión y expresarla. Me parece un grave error pensar que solo las opiniones de los que consideramos expertos en esto o en aquello merezcan ser consideradas. Naturalmente siempre es sensato escuchar a quien sabe más que nosotros, pero más conocimiento no significa necesariamente mejor criterio, especialmente cuando hablamos de cuestiones sociales en las que no cabe un criterio único. Construir una sociedad es cosa de todos puesto que todos vivimos en ella y no hay opinión, por humilde que nos parezca la persona que la sustenta, que no merezca ser escuchada. La mía tampoco. Ni siquiera al fanático que no tiene opiniones sino prejuicios deberíamos cerrar los oídos. Sus razones tendrá, y solo escuchándolo podremos comprenderlas.

Ahora bien, en lo que respecta a expresar mis opiniones sobre política y economía creo que Balas perdidas ya ha cumplido sobradamente y está agotado. Podría seguir añadiendo comentarios a tal o cual tema concreto pero me parece innecesario. Los ejes fundamentales de mi manera de pensar en estos aspectos están ampliamente expresados a lo largo del blog, y no puedo decir más sin hacerme redundante y aún más plasta de lo que ya he sido hasta aquí. Repetiré resumidamente esos ejes fundamentales a modo de colofón y despedida.

En política, más allá de las medidas concretas para problemas concretos, creo en la democracia. Dicho así es como no decir nada, porque hoy todo el mundo se proclama demócrata, incluso los que intentan por todos los medios que haya la mínima posible. Lo importante es cómo concebimos la democracia. La democracia solo puede entenderse desde la aceptación de que las decisiones que nos afectan a todos deben ser tomadas por todos. No hablo de una democracia directa "pura", lo que sería ideal pero a mi juicio impracticable. Pero tampoco me conformo con una democracia estrictamente representativa, y menos aún con una tan imperfectamente representativa como la que tenemos. Entre ambos extremos hay una variedad infinita de posibilidades y deberíamos esforzarnos un poquito más en buscar la que nos conviene. La representación no es en modo alguno la única forma de participar en los asuntos públicos. Existen otros muchos medios, algunos no están previstos en nuestra Constitución, otros sí lo están pero no los utilizamos o no se nos permite utilizarlos. No tenemos por qué aceptar que no podamos votar más que a listas prefabricadas, ni que no haya manera de destituir a un político de su cargo. No tenemos por qué aceptar que no se nos convoque a referendum ni para las decisiones más graves, o que hasta una reforma constitucional se pueda llevar a cabo sin consultar a los ciudadanos. No tenemos por qué aceptar que una iniciativa legislativa popular pueda no ser ni tan siquiera admitida a trámite. Yo no lo acepto. Si solo podemos elegir entre el fuego y las brasas cada cuatro años, si no podemos decidir entre todos cómo queremos que sea nuestra democracia, es que no es tal.

En cuanto a la economía, mi postura es más sencilla aún: niego rotundamente que los postulados de la ciencia económica sean leyes inexorables que debamos aceptar con resignación como si nada pudiéramos hacer. La ciencia médica no solo descubre cómo se producen las enfermedades, les pone remedio o al menos lo intenta. El descubrimiento de la ley de gravitación no nos ha impedido sino ayudado a encontrar la manera de volar. Todas las ciencias están al servicio del hombre salvo, al parecer, la ciencia económica. Yo lo niego. La ciencia económica no es más que un conjunto de modelos que nos ayudan a comprender una parte, importante pero no la única, de las relaciones humanas. Nos ayudan a comprenderlas pero no las determinan, no hay ecuación que nos diga cómo queremos, podemos o debemos vivir. Somos nosotros, seres libres, quienes tenemos que decidir qué clase de sociedad queremos tener y luego utilizar las ciencias, incluida la económica, como lo que son: herramientas que nos permitan acercarnos a ese ideal. Pensar de otro modo es negar nuestra propia libertad, nuestra condición humana, para reducirnos a la condición de las hormigas.

Esos son, explicados más que a grandes pinceladas a gruesos brochazos, mis principios. Y al contrario de lo que humorísticamente decía el bueno de Groucho, si no te gustan lo siento mucho, pero no tengo otros.

Termino agradeciendo a amigos y desconocidos las más de catorce mil visitas que ha recibido este blog según las estadísticas de blogger, y especialmente a los que habéis tenido la amabilidad de dejarme algún comentario aquí o en mi perfil de facebook. Tened la seguridad de que todos (salvo uno que borré por grosero, todo hay que decirlo) han sido recibidos con agrado y leídos con interés. Si mis pequeñas reflexiones también han sido de algún interés para vosotros este blog no habrá sido del todo inútil y si no, nada se habrá perdido.

domingo, 2 de febrero de 2014

Miña terra galega

Me imagino que alguna vez habréis escuchado la conocida canción "Miña terra galega", del grupo Siniestro total. Si buscáis un poco en Internet encontraréis referencias a ella con expresiones como "el canto a Galicia más bello desde el Nós de Castelao" o "himno no oficial de Galicia". La cosa tiene su coña, y solo puede explicarse por la retranca que el tópico nos supone a los gallegos.

Para empezar, la música ni siquiera es de Siniestro, es la de la canción "Sweet home Alabama" de la banda estadounidense Lynyrd Skynyrd. Tiene por tanto de gallega lo que yo de americano. Pero lo bueno es la letra, que el propio autor (Julián Hernández) admite que escribió en quince minutos solo para "molestar a los modernos que odiaban es clase de rock americano". Es lo bueno, digo, porque no hay en ella ni un solo verso que pueda considerarse "un canto a Galicia". Veamoslo, empezando por constatar que sólo el verso que le da título está en gallego, y todo lo demás en castellano.

"A una isla del Caribe he tenido que emigrar, y trabajar de camarero lejos, lejos de mi hogar" No sé si hace falta explicar que se refiere a lo peorcito de la Galicia del siglo pasado: la pobreza y la falta de futuro que forzaron a miles de gallegos al exilio

"Me invade la morriña, el dolor de Breogán. Cuando suena la muiñeira el llanto empieza a brotar" No sé que os parecerá a vosotros, pero a mí me parece el no va más de los topicazos sobre los gallegos. Más o menos como las parodias de Beatriz Carvajal, ya me entendéis.

"Miña terra galega, donde el cielo es siempre gris. Miña terra galega, es duro estar lejos de tí". Obviamente este verso se escribió por oposición al original "where de sky is always blue". Dudo mucho que la intención de Hernández fuera cantar la hermosura del cielo gallego que, por cierto, a veces también es azul. Es más, a veces ni llueve.

"Donde se quejan los pinos y se escuchan alalás, donde la lluvia es arte y Dios se echó a descansar". Para aquellos que no lo sepan, "Queixume dos pinos" es el himno gallego, los alalás son cantos populares que ya casi nadie canta, y el resto de la estrofa son sloganes publicitarios para el turismo. Más tópicos.

"Las zanfoñas de Ortigueira, los kafkianos del Jaján, la Liga Armada Galega, y el pazo de Meirás". Realmente esta estrofa no tiene despedicio. La zanfoña es un instrumento musical tradicional que ya solo tocan algunas bandas folk, la Liga Armada Galega fue un grupo terrorista activo en la transición, y el pazo de Meirás le fue "regalado" a Franco tras la guerra por "suscripción popular". En cuanto a los kafkianos del Jaján, el propio Hernández lo explicó en una entrevista.

Era una frase de Luis, un personaje que trabajaba con mi padre en el taller. Le decía al aprendiz: “tú lo que pasa es que eres un kafkiano del Jaján”. El Jaján (Xaxán en gallego) es un monte que hay al otro lado de la ría de Vigo y donde estaba (está) el poste repetidor de televisión. El bueno de Luis ni había leído a Kafka ni nada por el estilo pero la expresión es demoledora

En fin, que considerar esta canción un bello canto a Galicia parece un poco disparatado. Pero como decía al principio, una cosa sí tiene de auténticamente gallega: es pura retranca. Enxebre. Y también es una buena canción, si no la conocéis os la recomiendo.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Seguridad ciudadana

He leído estos días un resumen informativo del anteproyecto de ley de protección de la seguridad ciudadana y la nueva ley de seguridad privada. También he leído en alguno de los muchos artículos de opinión publicados al respecto que la tramitación en estos momentos de ambos proyectos es algo programado para satisfacer, tras dos años centrados en política economómica, al electorado más conservador del Partido Popular. No sé si será cierto, pero es verosímil.

No haré demasiados comentarios sobre la primera norma. A mí me sorprende que tenga en ella la consideración de falta muy grave, y por lo tanto sancionable con multa de 30.000 a 600.000 euros, "La convocatoria por cualquier medio o asistencia a cualquier reunión o manifestación, con finalidad coactiva e inobservancia de los requisitos previstos en la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, desde que, conforme a la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, de Régimen Electoral General, haya finalizado la campaña electoral hasta la finalización del día de la elección."

Es solo un ejemplo. Veamos otro, esta vez de falta grave sancionable con multa de 1.000 a 30.000 euros: "La perturbación de la seguridad ciudadana que se produzca con ocasión de reuniones frente a las sedes del Congreso de los diputados, el Senado y las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas, aunque no estuvieran reunidos, celebradas con inobservancia de los requisitos previstos en la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio." Hay varios ejemplos similares más en el proyecto, y no es difícil saber qué los ha motivado. (1)

Podemos estar o no de acuerdo, pero yo creo que esto tiene más bien poco que ver con lo que la mayoría de nosotros entendemos por "seguridad ciudadana", y bastante más con el concepto que cierta derecha tiene de "orden público". Por si alguien no me entiende, creo que ciertos sectores de la derecha entienden por orden público que unos manden y otros obedezcan, y no me proteste usted que le meto una multa de 600.000 euros. Cifra, por cierto, que viene a ser como treinta años de mi sueldo, año más, año menos, si se me ocurriese la peregrina idea de acudir a una manifestación (ni siquiera convocarla) en la jornada de reflexión. Proporcionado, lo que se dice proporcionado, no me parece.

Con todo, me preocupa mucho más la segunda norma, la ley de seguridad privada. Contempla esta nueva ley la posibilidad de que los vigilantes privados puedan identificar, registrar y hasta detener a una persona incluso en la vía pública. Y esto es una barbaridad. Se ha insistido bastante estos días en que la fomración de un vigilante privado no se compara ni de lejos con la de un policía o un guardia civil. Pero ésta no es la cuestión. Aunque tuvieran una formación equivalente, incluso aunque los vigilantes privados estuvieran mejor formados, seguiría diciendo que es una barbaridad.

El agente de los cuerpos de seguridad del Estado no sólo es un profesional bien formado, es un funcionario público al servicio de los ciudadanos. Ha accedido a su función con arreglo a los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad, y tiene en su trabajo unas garantías (algunos lo llaman privilegios) que lo son también para el ciudadano de que ejercerá su labor con independencia y sujeción exclusiva a la ley.

Por el contrario, el agente de seguridad privada es, como el nombre indica, una persona al servicio de intereses privados. Todo lo legítimos que se quiera, pero privados. Es un profesional contratado por un particular, pagado por un particular, que puede ser despedido en cualquier momento por un particular, y que se haya bajo la dirección de un particular. Permitir a estas personas ejercer funciones que deberían estar reservadas a las fuerzas de seguridad del Estado, restringiendo por muy temporalmente que sea derechos fundamentales, es convertirlos en policías privados. En algo comparable, si se me permite la exageración, a las antiguas mesnadas. No me importa los límites o las pretendidas garantías que la norma establezca, es inadmisible per se.

Todo esto en un contexto en que a la policía, como al resto de funcionarios y so pretexto de la austeridad, se les aplica una tasa de reposición del 10%. Es decir, que por cada diez agentes que causan baja por jubilación o incapacidad solo se incorpora uno.

Pero no es, aseguran, una privatización de la policía ¡qué va! Nosotros, que somos mal pensados.
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(1) Después del tiempo transcurrido desde que escribí este texto, es posible que sí haga falta explicar qué motivó estos cambios legislativos. Estaban entonces en su apogeo las protestas ciudadanas surgidas del movimiento 15-M. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

A vueltas con el paro

Anda el Gobierno estos días sacando pecho como de costumbre con los datos de la EPA, que muestran un descenso del paro en el segundo trimestre de este año. Nos dicen que esto demuestra las bondades de la reforma laboral, que está surtiendo efecto y creando empleo. No pretendo aguarle la fiesta a nadie, pero me temo que esto sea una interpretación demasiado simplista de un dato aislado y en bruto. Bienvenido sea, desde luego, el descenso del número de parados, pero hay otros datos preocupantes.

Según los datos estadísticos que publica en su página web el Ministerio de Trabajo, el número de parados descendió en 225.200 personas en el segundo trimestre de este año. El dato es de la EPA, no de paro registrado, y en bruto, sin desestacionalizar. Aclaro esto porque es normal que el paro baje en el segundo trimestre y, como he comentado en ocasiones anteriores, los datos desestacionalizados pueden ser muy diferentes.

Un segundo dato, de la misma fuente, es el número de ocupados, que ha aumentado en el mismo trimestre en 148.300 personas. También este dato habría que desestacionalizarlo, pues es igualmente normal que aumente el número de ocupados por las mismas razones. Huelga mencionar la relación entre ambos datos, si hay más gente trabajando hay menos gente en paro, es obvio. Como lo es también que aunque relacionados, no hay una correlación exacta. Salta a la vista que hay una diferencia de 76.900 personas. ¿Qué ha ocurrido con ellas? No han encontrado ocupación, pero tampoco engrosan ya la lista del parados.

Supongo que ya lo imagináis. Siempre según los datos del Ministerio para el mismo trimestre, resulta que la población activa (la suma de parados y ocupados) ha descendido en 76.100 personas. La suma de las tres cifras no es exacta, lo que imagino que se explica por los márgenes de error de las estadísticas. Poco importa, el hecho es que más de setenta y seis mil personas ya no cuentan por que han abandonado el mercado de trabajo. Se han ido. No sé si son inmigrantes que han regresado a sus países de origen, españoles que han emigrado o ambas cosas. El hecho es que se han ido. Y el dato es de un solo trimestre, la pérdida de población activa acumulada desde principios de 2011 (por lo tanto ya con el Gobierno anterior) pasa de trescientos cuarenta mil.

Naturalmente la tasa de paro, en porcentaje, desciende. Es una aritmética sencilla, los que se marchan son los parados, no los que tienen trabajo. Si tenemos una población de 100 personas de las que 20 están en paro, la tasa es del 20%. Si 10 parados se van, tenemos 10 parados sobre una población de 90, lo que supone el 11%.

De todos modos todo esto está referido a un único trimestre. Tendríamos que ver si se trata de algo más o menos coyuntural (la dichosa estacionalidad) o de verdad se inicia una tendencia. Y en ese cáso qué tendencia. Si es a que aumente el número de ocupados esta claro que sería positivo, aunque habría que ver en qué condiciones encuentran trabajo esas personas. Lo malo sería que la tendencia que se inicia, si es que se inicia, no sea esa. Lo malo sería que nos estemos convirtiendo otra vez en un país de emigrantes. En un país de ciudadanos sin futuro.

Creo que al final sí que le habré aguado la fiesta a alguien pero ¿qué queréis? Pese al optimismo recalcitrante del Gobierno, a mí me parece que hay motivos al menos para tomarnos los datos con un sano escepticismo. No es que quiera verlo todo negro, pero por más que quiera tampoco consigo verlo todo color de rosa. Igual es mi carácter.

sábado, 6 de julio de 2013

Más cosas que no cambian

Bernal Díaz del Castillo
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

CAPITULO CV

Cómo se repertió el oro que hobimos, así de lo que dio el gran Montezuma como lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobre ello acaeció a un soldado

Lo primero se sacó el real quinto y luego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto como a Su Majestad, pues se lo prometimos en el Arenall cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya he dicho en el capítulo que dello habla. Luego, tras esto, dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba, que gastó en el armada, que lo sacasen del montón. Y demás desto, que se apartase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos al través, pues todos fuimos en ello. Y tras esto, para los procuradores que fueron a Castilla. Y demás desto, para los que quedaban en la Villa Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Sedeño que le mataron los de Tascala de una cuchillada. Pues para el fraile de la Merced y el clérigo Juan Díaz y los capitanes y los que traían caballos, dobladas partes, e escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas. De manera que quedaba muy poco de parte. Y por ser tan poco, muchos soldados hobo que no lo quisieron rescibir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás. E otros soldados hobo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás. Y cortés, secretamente, daba a unos y a otros, por vía que les hacía merced, por contentallos, y con buenas palabras que les decía, sufrían.

[...]

Y diré lo que a un soldado que se decía Hulano de Cárdenas le acaesció. Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de Triana o del Condado, e el pobre tenía en su tierra mujer e hijo, y como a muchos nos acontesce, debría de estar pobre y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos. E como había visto tanta riqueza en oro, en planchas y en granos de las minas y tejuelos y barras fundidos, y al repartir dello vio que no le daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y sospiraba tanto de rato en rato. Y respondió el piloto Cárdenas, que es el que estaba malo: "¡Oh, cuerpo de tal comigo! ¡Y no he de estar malo, viendo que Cortés ansí se lo lleva todo el oro, y como rey lleva quinto y ha sacado para el caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velázquez y para otras muchas trancanillas! ¡Y que muera mi mujer e hijos de hambre, pudiéndolo socorrer cuando fueron los procuradores con nuestras cartas y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo!" Y respondióle aquél su amigo "Pues ¿qué oro teníades vos para les enviar?" Y el Cárdenas dijo: "Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabía, con ello se sotuvieran mi mujer e hijos, y aun les sobraran; mas mirá qué embustes tuvo: hacernos firmar que sirviéssemos a Su Majestad con nuestras partes y sacar del oro para su padre, Martín Cortés, sobre seis mil pesos, e lo que escondió. Y yo y otros pobres, que estemos de noche y de día batallando, como habéis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tascala y lo de Cingapacinga e Cholula, y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada día la muerte al ojo, si se levantasen en esta cibdad. E ¡que se alce con todo el oro y lleve quinto como rey!"

[...]

Y ansí cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó a saber Cortés. Y como le decían que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acordó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas. Y dijo que todo lo que tenía era para nosotros, y que él no quería quinto, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hobiese menester algo, que se lo daría. Y aquel oro que habíamos habido era un poco de aire: que mirásemos las grandes cibdades que hay y ricas minas, que todos seríamos señores dellas y muy prósperos y ricos. Y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer. Y mandó que los bastimentos que traían los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como a su persona. Y demás desto, llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que en los primeros navíos le enviaría a Castilla a su mujer e hijos, y le dió trescientos pesos, y ansí se quedó contento con ellos.

CAPITULO CVI

Cómo hobieron palabras Juan Velázquez de León y el tesorero Gonzalo Mexía sobre el oro que faltaba en los montones antes que se fundiese, y lo que Cortés hizo sobre ello.

[...] Y Juan Velázquez de León en aquel tiempo hacía labrar a los indios de Escapuzalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio. Y como Gonzalo Mexía, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese, pues no estaban quintadas y era conocidamente ser de las que había dado el Montezuma, y el Juan Velázquez de León, que era muy privado de Cortés, dijo que no le quería dar ninguna cosa y que no lo había tomado de lo que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las había dado antes que se hiciesen barras. Y el Gonzalo Mexía respondió que bastaba lo que Cortés había escondido y tomado a los compañeros. Y todavía, como tesorero, demandaba mucho oro, que no se había pagado el real quinto, y de palabras en palabras, vinieron a se desmandar y echaron mano a las espadas. Y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos a dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y valientes por las armas, y salieron heridos cada uno con dos heridas. Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena gorda. Y parece ser, según muchos soldados dijeron, que secretamente habló Cortés al Juan Velázquez de León, como era mucho su amigo, que se estuviese preso dos días en la misma cadena y que sacarían de la prisión al Gonzalo Mexía, como a tesorero. Y esto lo hacia Cortés porque viésemos todos los capitanes y soldados que hacía justicia, que el Juan Velázquez, uña y carne del mismo capitán, le tenía preso.

sábado, 29 de junio de 2013

No son las matemáticas, estúpido

Es la economía, estúpido. James Carville
Las proposiciones matemáticas, en cuanto tienen que ver con la realidad no son ciertas; y en cuanto que son ciertas, no tienen nada que ver con la realidad. Albert Einstein.
En los inicios de este blog escribí dos o tres veces sobre la importancia de tener cierta cultura científica, y en particular cierta cultura matemática para entender el mundo en el que vivimos. Vuelvo sobre el tema a raíz de cierto curioso argumento que he escuchado varias veces como defensa de los recortes.

No sé si lo habré mencionado alguna vez, pero me gusta ver los debates de la televisión. Normalmente veo los del Canal 24h o los de VTelevisión, también a veces los de La Sexta, y más raramente los de 13TV e Intereconomia. Creo, aunque no me atrevería a jurarlo, que fue en Al rojo vivo y en El gato al agua donde oí a un tertuliano afirmar que los recortes son inevitables y pretender justificarlo con las palabras textuales "son matemáticas". Con toda seguridad se lo oí decir a Alfonso Rojo, aunque no solamente a él.

Me temo que con esta afirmación estas personas solo consiguen demostrar una cosa: su escasa comprensión de las matemáticas. Expresar algo, lo que sea, en términos matemáticos no basta para convertirlo en una ley inexorable. Incluso cuando hablamos de leyes físicas encontramos la manera de utilizarlas en nuestro beneficio. Pero vamos por partes.

Hace casi exactamente dos años ponía un ejemplo tomado del matemático John Allen Paulos referido a recetas de cocina. Ya sabéis, esas en las que se utilizan medidas tan exactas como un tomate pequeño, medio vaso de vino o una cucharada de aceite y al final se dice que la ración contiene 761 calorías. Es obviamente ridículo partir de datos inexactos y estimativos y pretender que el resultado sea exacto. Pues bien, resulta que unos señores muy serios han llegado a la conclusión matemáticamente inexorable de que hay que recortar las pensiones porque estiman que en 2050 habrá no sé cuantos cotizantes, viviremos no sé cuantos años, etc. No digo que sus estimaciones no sean fundadas, pero no dejan de ser eso, estimaciones tan exactas como el número de calorías que hay en un tomate pequeño.

Pero no es ese, a pesar de todo, su principal error. Eso es pecata minuta. Su gran error radica en no entender que las matemáticas no nos dicen ni pueden decirnos lo que debemos hacer. Las decisiones las toman las personas, no las ecuaciones. Las matemáticas no son más que una herramienta que nos ayuda a decidir lo que hemos de hacer después de que hayamos determinado lo que queremos conseguir. Si se me permite un símil tonto, es como un mecánico que aprieta más y más una tuerca y dice que no se puede aflojar por culpa de la llave. No es la llave, idiota, es que tienes que girar hacia el otro lado. 

Vamos a verlo con un ejemplo sencillo pero característico del uso de las matemáticas en la toma de decisiones. Lo extraigo de unos viejos apuntes universitarios.

Un fabricante se enfrenta a tres escenarios posibles para el próximo año: estima que hay un 10% de probabilidad de que la demanda de su producto disminuya, un 30% de que se mantenga, y un 60% de que disminuya. Debe decidir si le conviene mantener el mismo nivel de producción, aumentarlo un 5% o aumentarlo un 5%. Sus conocimientos y su experiencia le permiten estima cuál será el resultado en función de la decisión que tome y el escenario que se produzca. Se resume en el cuadro siguiente.

Las cifras de la columna de la derecha son la "esperanza matemática" para cada posible decisión. Se obtienen multiplicando cada resultado por su probabilidad y sumando los productos de cada fila. Vemos que la mayor expectativa está en la tercera decisión, pero también es la más arriesgada ya que en dos de los tres escenarios se producirían pérdidas, severas en el peor de los casos. Por el contrario, la primera decisión es segura, con beneficio en los tres escenarios, pero con expectativas bajas.

Lo primero que habría que observar es que se trata de un modelo probabilístico, las esperanzas matemáticas adquieren su sentido cuando se aplican a series de decisiones homogéneas, y no a una única decisión aislada.

Lo siguiente sería considerar si la empresa puede asumir la pérdida que se produciría en el peor de los casos posibles. Por muy alta que sea la expectativa de la tercera decisión y por baja que sea la probabilidad del primer escenario, quizá no estemos dispuestos a correr el riesgo de acabar en quiebra.

Por otra parte, aunque la primera decisión es segura y no producirá pérdidas en ningún escenario, los beneficios son pequeños y tal vez nos interese correr un riesgo moderado para obtener mayores beneficios.

Entonces, ¿qué decisión nos dicen las matemáticas que debemos tomar? No nos lo dicen. Solo nos proporcionan información para que nosotros tomemos la decisión considerando qué riesgos podemos asumir y qué queremos conseguir: beneficio a toda costa, estabilidad y continuidad en el negocio, o un equilibrio intermedio.

Yo me voy a permitir el riesgo de hacerme pesado con un último ejemplo. Tal vez recordéis un ejercicio que nos planteaban en el colegio. Dada una determinada superficie de cartón, debíamos hallar las dimensiones de la caja que hiciese el volumen máximo, o bien al contrario, dado un determinado volumen obtener las dimensiones de la caja que minimizasen la superficie de cartón necesaria.

Pues bien, volviendo al problema de los recortes y aunque el ejemplo pueda parecer absurdo, nos lo podemos plantear de dos maneras, como la caja de cartón. Podemos partir del  "volumen" de Estado social que queremos y minimizar los gastos que lo hagan posible (y maximizar los ingresos, cosa que nunca se menciona), o bien podemos partir de un determinado volumen de gasto y maximizar el Estado social que permitan. En la realidad sospecho que el enfoque que se le está dando es aún más sencillo: minimizar el Estado social a toda costa. Pero esa es otra historia.

En todo caso, no son las matemáticas.

ENTRADAS RELACIONADAS:

viernes, 28 de junio de 2013

Le seguimos llamando democracia

Hace unos cuantos días, durante un pleno del Parlamento de Galicia, el diputado popular Hipólito Fariñas justificó la ausencia de los miembros del Gobierno en los debates aduciendo que están trabajando, y no escoitando parvadas (escuchando tonterías) y perdiendo el tiempo. No pasa de ser una anécdota, desde luego, pero me viene al pelo para hablar un poco del extraño concepto que algunas personas tienen de la democracia.

Convendréis conmigo en que la división de poderes es un principio básico de cualquier estado democrático, como se supone que es España. Dejando por ahora aparte al poder judicial y ciñéndonos al ejecutivo y al legislativo, la separación se plasma teóricamente en nuestra Constitución, en los artículos 66 y 97, que dicen así:

Artículo 66

1. Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado.

2. Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución.

Artículo 97

El Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las leyes.

Conviene observar en primer lugar que son las Cortes las que ostentan en exclusiva la representación del pueblo, representación que no se atribuye al Gobierno. De ahí que se atribuya a las Cortes la función de controlar la acción del Gobierno y, recíprocamente, la obligación de éste de responder ante los legítimos representantes del pueblo soberano:

Artículo 108

El Gobierno responde solidariamente en su gestión política ante el Congreso de los Diputados.

Esta relación, dicho sea de paso y por volver al comentario del señor Fariñas, se establece también en el Estatuto de Galicia en sus artículos 10 y 17.

Existe por tanto, al menos teóricamente, una separación entre los poderes ejecutivo y legislativo, lo que no implica que ambos estén en el mismo nivel. Son las Cortes, como únicas representantes del Soberano, las que eligen al Presidente del Gobierno (art. 99), controlan su acción (art. 66) y pueden exigir su dimisión (art. 113).

Hasta aquí todo parece maravilloso. Por desgracia la realidad es otra porque la misma Constitución contempla algunos matices que esa relación entre ambos poderes se haya quedado en pura teoría. En la práctica se ha llegado a una auténtica usurpación por el ejecutivo de del poder y la representación que deberían ostentar las Cortes, y que se hace especialmente patente cuando, como ahora, un partido político tiene una mayoría absoluta de diputados en el Congreso. ¿Cómo ha sido posible?

Por una parte, aunque la potestad legislativa se atribuye a las Cortes, la iniciativa legislativa no se le atribuye de modo exclusivo. La tramitación de una ley puede iniciarse con una proposición de ley de las propias Cortes, pero también con un proyecto de ley aprobado en Consejo de Ministros.

Por otra parte, existe la figura del Decreto-ley, que el Gobierno puede dictar en caso de extraordinaria y urgente necesidad, y que tiene el mismo rango normativo que la ley emanada de las Cortes. Cierto que estas normas deben ser convalidadas o derogadas por el Congreso en el plazo de treinta días, pero no menos cierto que no es posible definir a priori qué es una necesidad extraordinaria y urgente.

Esto ha llevado a que sea el Gobierno el que ejerce de facto el poder legislativo. Incluso cuando ningún partido tiene mayoría absoluta el Gobierno suele limitarse a negociar (por no decir trapichear) con los llamados partidos-llave el apoyo imprescindible. Si hay mayoría absoluta ni os cuento. La falta de democracia interna de los partidos, las listas cerradas y la disciplina de voto convierten el debate parlamentario en puro teatro. Los diputados van a la Cámara, si es que van, a pronunciar su discurso para la galería, pero todos sabemos que el proyecto de ley o el Decreto-ley serán convalidados.

En estas condiciones, decir que las Cortes Generales representan al pueblo español se queda en una frase grandilocuente que no significa nada. El problema no es que no nos representen, que no, que no, que no. El problema es que sí nos representan (más o menos) pero no pintan nada, lo que equivale a decir que el pueblo no pinta nada.

Llegados a este punto quizá diréis que exagero porque al Gobienro también lo elegimos democráticamente, pero no es así. Al menos no del todo, ya que no tenemos elecciones presidenciales. Votamos a una lista de candidatos a diputados y senadores. En el caso del Congreso ni siquiera votamos a candidatos concretos, sino a listas elaboradas por las cúpulas dirigentes de los partidos. Por añadidura, las circunscripciones electorales distorsionan el resultado, haciendo que los partidos mayoritarios sean sistemáticamente favorecidos y los resultados en votos no se correspondan con los resultados en escaños.

Es precisamente ese Congreso que tan imperfectamente nos representa, y no nosotros, el que elige al Presidente del Gobierno. Y es este Presidente elegido indirectamente por representantes cuestionables el que nombra a su vez y a su libre albedrío a los ministros. Que acaban ejerciendo colegiadamente no solo la función ejecutiva que legítimamente les corresponde, sino también la función legislativa para la que no han sido elegidos.

Lo peor de todo es que lo hemos aceptado y asumido como algo normal. Cuando hay elecciones, aunque sabemos que no son presidenciales hablamos de candidatos a la presidencia y votamos a Rubalcaba, a Rajoy o a Díez ; el resto de candidatos sabemos que no cuentan y nos da igual. Los días que se reúne el Consejo de Ministros esperamos con toda normalidad que anuncien cuáles serán las nuevas leyes sabiendo que el debate parlamentario será un mero trámite, y lo aceptamos. Hasta aceptamos que un acuerdo entre dos hombres que iban en unas listas que nosotros no decidimos baste para reformar la propia Constitución.

En fin, no sé qué más puedo decir que no sepáis ya. Basta con leer el periódico cualquier día y ver como catorce hombres, a trece de los cuales no hemos elegido ni directa ni indirectamente, hacen y deshacen a su antojo ignorando olímpicamente la voluntad de los ciudadanos, ya sea que se exprese directamente o a través de sus representantes.

Y a pesar de todo lo seguimos llamando democracia. Dime tú, amigo lector, hasta qué punto crees que realmente lo es.