domingo, 29 de abril de 2012

¿Tenemos sistema financiero?

Es esta una pregunta que cada vez me hago más a menudo. Ya no me pregunto si nuestro sistema financiero es el más adecuado o cuáles son sus defectos sino, sencillamente, si lo tenemos. Y no me refiero solamente a España sino al mundo entero. Los que ignoramos las complejidades de la economía pero creemos tener algo de sentido común siempre hemos pensado que un sistema financiero sirve para lo que su nombre indica: financiar. Se supone que capta el ahorro y lo traslada a las actividades productivas, haciendo que el dinero inmóvil circule y sirva para generar riqueza.

Hasta aquí todo bien, es una actividad útil. ¿Pero qué es lo que financian actualmente los bancos y otras entidades? Nada. Ahora tan solo especulan con los propios productos financieros, a menudo creados por el propio sistema y con el único fin de generar beneficios para quienes lo manejan. Y no solamente no financian nada sino que, en el colmo del disparate, necesitan ser financiados. Para evitar que el castillo de naipes que se construyeron se viniera abajo, los gobiernos les han entregado cantidades escandalosas de dinero que se detrae de la economía real. ¿Y para qué lo utilizan? Para especular con la deuda de los mismos países que se endeudaron para salvarlos. Los gobiernos les prestan dinero a tipos del 1% que utilizan para comprar deuda de esos mismos países a tipos del 4% o más.

El sistema financiero hace ya tiempo que dejó de serlo. Se ha puesto de moda la expresión economía de casino, y me parece acertada porque eso es exactamente lo que es: un gigantesco casino en el que los jugadores se dedican a hacer apuestas. Con dos peculiaridades muy notables, y es que en este casino los jugadores son también banca y croupiers, y que las fichas que apuestan son nuestras.

¿Cómo se ha llegado a esto? Habría mucho que decir, pero la respuesta breve es que nos ha conducido a esto la desregulación de los mercados financieros iniciada en los años ochenta. Esto ha propiciado la generación de una burbuja gigantesca sin base real, las transacciones financieras son varias decenas de veces mayores que el PIB del plantea. Y ha propiciado también unas prácticas abusivas, de más que dudosa moralidad pero legales.

Imaginad que yo intentase vender, pongamos por caso, una casa que no poseo. A buen seguro me detendrían por estafador. Pues en el mundo financiero esto no está prohibido y es, de hecho, práctica habitual. Incluso tiene un nombre: venta al descubierto. Un especulador vende un valor que en realidad no tiene, digamos acciones de una empresa, que espera que bajen de precio, luego lo compra a precio inferior y se embolsa la diferencia. Y si en lugar de limitarnos a esperar que baje el precio podemos forzarlo, mejor. Por ejemplo sembrando dudas sobre la solvencia o viabilidad de la empresa. Varios estados europeos han sido objeto de este tipo de "ataques", a los que no han sido ajenas las agencias de calificación.

Otra cuestión importante es la fiscalidad de las operaciones financieras. Los ciudadanos y las empresas pagamos unos impuestos directos sobre nuestras rentas, y además unos impuestos indirectos que pagamos cuando utilizamos esas rentas. Por ejemplo, el IVA que pagamos al comprar una simple barra de pan. Las rentas derivadas de operaciones financieras también pagan, si es que no se domicilian en un paraíso fiscal, impuestos directos, pero ningún impuesto indirecto, lo que también contribuye a la facilidad con que se realizan estas operaciones.

Como yo lo veo, tenemos tres tipos de respuesta a este problema. Una, la radical, es dejar que el sistema financiero se desmorone, puesto que ha dejado de ser una herramienta útil para convertirse en una pesada carga. A esto no se puede objetar que las empresas no tendrían crédito, porque ya no lo tienen. El sistema ya no canaliza el dinero, lo absorbe concentrándolo en unas pocas manos, no demasiado limpias. Sin embargo a mí no me gustan los saltos al vacío.

La segunda respuesta es volver a encauzar el sistema para que vuelva a cumplir su función. Para eso son necesarias, a mi juicio, tres tipos de medidas.

1. Que los gobiernos dejen de prestar dinero a los bancos o lo hagan a tipos mayores y, en todo caso, vinculando estos préstamos a la concesión de créditos a la economía productiva.

2. Volver a regular el mercado financiero prohibiendo las prácticas manifiestamente abusivas o que no se permitirían en la economía real.

3. Gravar con impuestos indirectos las transacciones financieras, estableciendo la llamada tasa Tobin.

La tercera respuesta es que el dinero que los gobiernos prestan a los bancos, se supone que con la finalidad de hacer fluir el crédito a las empresas, se lo presten directamente a éstas. En otras palabras, crear una banca pública que, en el caso español, podría constituirse a partir de las cajas de ahorro y el Instituto de Crédito Oficial.

Probablemente la verdadera respuesta esté en una combinación de todas estas líneas de actuación junto con otras que me dejo en el tintero, como la imprescindible reforma del sistema fiscal y del Banco Central Europeo, además de la democratización de los organismos internacionales. Lo cierto es que es poco lo que un país como España puede hacer por sí solo, aunque algo podría hacerse. Afortunadamente parece que algo empieza a moverse en ámbitos internacionales.

El resumen de todo esto es que la economía financiera tiene que volver a estar al servicio de la productiva, y no al revés. Y la economía de cualquier tipo al servicio de las personas. De todas las personas.


1 comentario: