miércoles, 13 de julio de 2011

Notas sobre el conflicto palestino-israelí (I)

Tenía pensado escribir una breve entrada sobre Theodor Herzl, los orígenes del sionismo y del Estado de Israel, que me parecen importantes para entender correctamente el conflicto entre israelíes y palestinos. Pero al repasar libros para documentarme me he dado cuenta de que hay otras cuestiones que son aún más importantes. Tenemos, en general, algunas ideas erróneas que convendría revisar.

En primer lugar deberíamos desechar la idea generalmente aceptada de que Israel es una democracia equiparable a las europeas. Israel se define oficialmente como un Estado judío, y eso marca la totalidad de su política interior y exterior, incluyendo los principios democráticos. Yo no era consciente de todo lo que esto implica hasta que leí, en el año 2004, un impresionante libro del destacado intelectual israelí y judío Israel Shahak.

Nacido en Varsovia en 1933, Shahak fue deportado con su familia al campo de Bergen-Belsen en 1943, se estableció en Israel en 1948 y se doctoró en química, vivió en un Kibutz y sirvió en el ejército. Empezó a adoptar una postura crítica a raíz de la guerra de Suez, según cuenta él mismo, aunque no empezó su actividad política hasta 1965, con una protesta por un hecho que consideró escandaloso. Desde entonces, y hasta su fallecimiento en 2001 simultaneó su profesión como profesor universitario con una intensa actividad en favor de los derechos humanos.

A él le debo la comprensión del verdadero significado de un Estado judío. Por ejemplo, a principios de la década de 1980 surgió una minoría crítica de judíos israelíes que se oponían a ese concepto. La reacción fue la aprobación en 1985 de una ley constitucional que prohibe presentarse a las elecciones a cualquier partido que se oponga al principio de un Estado judío o pretenda cambiarlo, aún por medios democráticos.

Pero las implicaciones van mucho más allá. Oficialmente, Israel pertenece a las personas que las leyes definen como judías, vivan donde vivan, y no pertenece a los no judíos, aún cuando tengan ciudadanía israelí. Ahora bien, según las leyes israelíes, son judías todas las personas cuya madre, abuela, bisabuela o tatarabuela fuera judía, siempre que no se hayan convertido a otra religión, y las personas convertidas al judaísmo de manera satisfactoria para las autoridades israelíes. Estamos lejos de sospechar lo que eso implica. Un ejemplo expuesto por Shahak lo ilustra perfectamente. Si una tribu peruana se convierte al judaísmo, tiene inmediatamente derecho a la ciudadanía israelí. Parece una broma pero no lo es, eso sucedió realmente, y fueron asentados en Cisjordania.

La denominación oficial de judío se utiliza además para aplicar leyes discriminatorias que consideraríamos inconcebibles en otros Estados.  Por ejemplo, el 92% de la tierra es propiedad del Estado y está administrada por la Autoridad de la Tierra. A los no judíos se les prohibe residir o abrir un negocio en esta "tierra nacional". Tampoco se permite a los no judíos, aún teniendo nacionalidad israelí, trabajar esas tierras. Aunque esa ley no se aplique estrictamente, de vez en cuando el Ministerio de Agricultura realiza una campaña para erradicar esa pestilencia.

Estos hechos y otros similares son poco conocidos y difundidos en occidente, y cuando alguien los saca a la luz suele ser tachado inmediatamente de antisemita. Pero ni la verdad es antisemitismo, ni ocultarla hace ningún favor a nadie. Si somos críticos con los estados que se definen como islámicos, también debemos serlo con un Estado que se define como judío.

La conclusión de todo esto no tiene nada que ver con el judaísmo como religión, sino con Israel como Estado democrático. Sería seguramente exagerado decir que es una teocracia, pero desde luego no es tampoco una democracia en el mismo sentido en que la entendemos en Europa. Es un dato a tener en cuenta a la hora de aproxmimarnos al conflicto palestino-israelí, a su complejidad, y a sus posibles soluciones.

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