No tenía intención de volver a ocuparme de la Jornada Mundial de la Juventud. Como dije anteriormente, no tengo nada que objetar a la visita del Papa en sí misma, solo a la forma en que se ha hecho. Ahora bien, igual que yo respeto a los católicos y sus creencias, espero que ellos nos respeten a quienes no las compartimos. Y Benedicto XVI ha hecho estos días unas declaraciones que nadie que no sea un fundamentalista católico puede pasar por alto.
Hablando de la ciencia y de sus supuestos peligros ante un auditorio de profesores ha afirmado que "cuando se elimina toda referencia a Dios se puede llegar al totalitarismo político". Esto es cuando menos llamativo viniendo del jefe absoluto de una institución que es en sí misma jerárquica y rígidamente autoritaria, y que no admite en su seno el menor atisbo de democracia o disensión. Más aún si consideramos que, históricamente, el catolicismo nunca se ha distinguido por ser un freno contra la tiranía, sino todo lo contrario. No solo han apoyado a todo tipo de tiranos, sino que siempre que han tenido la oportunidad han impuesto su propia tiranía.
Dirán los creyentes que eso es historia, y que la Iglesia católica ya no es así, pero lo cierto, insisto, es que es una institución intrínsecamente antidemocrática. Y es lógico, quien piensa que sus creencias, por irracionales que sean, son la verdad absoluta y que toda crítica es un ataque a la verdad está sin duda mucho más cerca de la tiranía que quienes creen que lo que conduce a la verdad es el pensamiento libre. Más aún, la jerarquía eclesiástica insiste machaconamente en negar que los no creyentes puedan tener valores éticos ¿qué mejor muestra de pensamiento totalitario?
Valga como muestra otra reciente declaración del Papa. Refiriéndose al incremento del número de agnósticos y ateos ha dicho: "Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos". "Desearían decidir por si solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quien es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias". En otras palabras, lo que ha afirmado es que un ateo no puede tener principios morales. Todo el que no sea católico se cree con derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los demás. Un derecho, nuevamente, que la propia Iglesia nunca ha dudado en arrogarse.
Estas últimas declaraciones son también llamativas por otro motivo. Nos dice Benedicto XVI que no podemos decidir por nosotros mismos lo que es bueno o malo, justo o injusto, y que quienes piensen que pueden se creen dioses. Esto es, de hecho, contrario al cristianismo. Se supone que Dios premiará a los buenos y castigará a los malos porque somos libres de elegir y por lo tanto de distinguir por nosotros mismos el bien del mal. Y no es solo que sea lógico, es que la propia Biblia dice con meridiana claridad que no solo podemos distinguir el bien del mal, sino que nuestra capacidad para distinguirlos iguala a la del propio Dios:
"Dijo entonces Yahveh-Dios: He aquí que el hombre se ha hecho como uno de nosotros, por haber conocido el bien y el mal. No sea que ahora alargue su mano y tome también del árbol de la vida, coma de él y viva para siempre" (Génesis 3,22)
Así pues, acusar a los ateos de creerse dioses es absurdo, porque por definición los ateos no creen en dioses. El que no puede por menos que creerse como un dios es el que crea que la Biblia es la verdad. El versículo no deja lugar a dudas, al comer del árbol del conocimiento el hombre se ha hecho como uno de nosotros. Es decir capaz de alcanzar el conocimiento y distinguir por sí mismo lo que es bueno o malo, justo o injusto. Como un dios.
No seré yo quien le niegue a Benedicto XVI su derecho a expresar cuantas opiniones crea convenientes, pero yo también estoy en mi derecho de decir que llamar a quienes no compartes sus creencias tiranos, asesinos y endiosados no es una opinión, es un insulto. Y es además peligroso, porque no hace más que fomentar la exclusión y la discordia, algo de lo que debería cuidarse mucho quien dice predicar la paz y el amor a los enemigos.
Naturalmente esto son opiniones mías y con toda seguridad el equivocado soy yo. Si yo interpreto un versículo de manera distinta solamente puedo estar equivocado, ya que interpretar la Biblia le corresponde en exclusiva a la jerarquía eclesiástica y cualquier interpretación que no coincida con la suya solo puede ser errónea. Eso no lo dice la Biblia, claro, pero lo dice el Papa. Y el Papa (que no se cree un dios) no se equivoca nunca.
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