Como podrá imaginar cualquiera que lea este blog, yo no soy un lector asiduo del ABC, aunque sí lo leo ocasionalmente desde hace bastantes años. Es un buen diario, aunque a nadie se le escapa que tiene una línea ideológica de derechas. Antes, por la forma en que enfocaba las noticias y por los artículos de opinión me parecía descaradamente derechista y sesgado, ahora me parece un diario de derecha moderada, o casi. Mi manera de pensar no creo que haya cambiado sustancialmente, y la línea editoral del diario tampoco, el cambio radica en la aparición de otros medios que, por comparación, hacen parecer el ABC un modelo de moderación.
También veo, aunque no con frecuencia, canales de televisión afines a la derecha como, por ejemplo, Intereconomía. En uno de estos canales oí no hace mucho a un presentador de informativos dar la noticia de la convocatoria de una manifestación, creo que era la del 19 de febrero, diciendo, y cito sus palabras textuales: "los sindicatos convocan una nueva jornada de violencia". Esto ya no es solo falta de rigor informativo y de la más elemental ética periodística, es que roza los límites de lo delictivo. Y sin embargo no escandaliza ni se le presta mayor atención.
A mí la mera existencia de estos medios, de derecha o de izquierda, no me preocupa. Pero en una sociedad democrática sana y razonablemente instruida estos medios deberían ser marginales. Alguien que no sea un fanático no puede tomarse un canal como Intereconomía más en serio que la teletienda, porque en realidad son exactamente lo mismo: propaganda destinada a vendernos un producto. Creer que estos medios sirven para informarse es engañarnos; sirven, como mucho, para saber cómo piensan (o no piensan) los que no piensan como nosotros. Que es, dicho sea de paso, el motivo por el que les presto cierta atención.
En su famoso libro El contrato social Rousseau dejó escrita esta frase, muy de mi gusto:
Nacido ciudadano de un Estado libre, y miembro del soberano, por débil influencia que pueda ejercer mi voz en los asuntos públicos, el derecho de votar es suficiente para imponerme el deber de instruirme.
Mucho después, en un artículo publicado en 1995 y expresivamente titulado Informarse cuesta, Ignacio Ramonet, quizá teniendo en mente el libro de Rousseau, escribió prácticamente lo mismo con estas otras palabras:
Informarse cuesta y es a este precio al que el ciudadano adquiere el derecho a participar inteligentemente en la vida democrática.
Informarse cuesta, no basta con ver los telediarios que nos ofrecen veinte noticias en treinta minutos sin referencia ni contexto, no basta ver una imagen para entender todo la complejidad de la realidad que pretende reflejar, y desde luego no basta aceptar sin más la propaganda que se nos ofrece como información dándonos gato por liebre. Informarse no es solo conocer el dato, sino comprenderlo o por lo menos intentarlo, y eso requiere siempre contrastar nuestra opinión con la de otros. O, por mejor decir, con la de "los otros".
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