Acabo de terminar la lectura del libro Egipto: las claves de una revolución inevitable, título poco afortunado que a mi entender no refleja el contenido del libro, una recopilación de artículos publicados en la prensa egipcia en los años previos a la revolución por Alaa al Aswany. Nacido en El Cairo en 1957, estudió odontología en la universidad de El Cairo y completó su formación en la universidad de Illinois, compaginando esta profesión con una exitosa actividad como novelista y con la publicación de artículos en la prensa egipcia.
Cuarenta y cinco de estos artículos se recogen en este libro agrupados, ignoro si por decisión del autor o del editor, en tres partes bajo los epígrafes "La presidencia y la sucesión", "El pueblo y la justicia social" y "Libertad de expresión y represión del Estado", dentro de cada uno de los cuales los artículos se ordenan cronológicamente. Naturalmente los artículos no estaban originariamente destinados a un público occidental, sino a los lectores egipcios; pero eso, lejos de dificultar su comprensión, estimo que le da un interés añadido puesto que ninguna consideración sobre la opinión que pudiera despertar en Occidente condicionó al autor. Aunque después de haberlo leído estoy convencido de que tampoco le hubiera condicionado saber que acabarían siendo leídos en Europa.
El libro no es, por tanto, el sesudo ensayo que el título pudiera dar a entender, sino una serie de análisis breves y sencillos sobre los problemas políticos, sociales y económicos de Egipto, a los que da respuestas igualmente breves y sencillas. Ofrece en realidad una única respuesta común a todos los análisis. Salvo los cinco más antiguos, todos los artículos terminan con idéntica frase: la que he dado por título a esta entrada.
Eso me lleva a la opinión, que a veces se expresa tan alegremente, de que el islam es incompatible con la democracia. Yo sé muy poco del islam, casi nada, pero siempre me he negado a creer que eso fuera cierto. Los artículos del doctor Al Aswany me lo confirman. En todos y cada uno de ellos se aprecia una sincera religiosidad, pero también un profundo e inequívoco compromiso con la democracia; se muestra tan preocupado por la difusión del wahabismo en el mundo árabe como en Europa podríamos estarlo por la reinstauración de los autos de fe, y no solo no considera que haya incompatibilidad alguna entre islam y democracia, sino que de todo el libro se desprende la opinión de que privar a los pueblos de la democracia es pecado. En sus palabras:
[...] la esencia del islam es la defensa de la verdad, la justicia y la libertad, de modo que todo lo demás es menos importante. [...] Cuando nos convenzamos de que la injusticia invalida el ayuno y seamos conscientes de que recuperar nuestros derechos usurpados es más importante que mil postraciones durante las oraciones del Ramadán, sólo entonces habremos alcanzado la comprensión correcta del islam, pues el verdadero islam es la democracia.
Especial mención merece una de las mayores críticas que desde el occidente se hace al islam: la posición de la mujer y su sometimiento al varón. Esta críticia supone ignorar que la mujer ha tenido que luchar por sus derechos en todo el mundo y no solo en las sociedades islámicas. Esto no lo dice el doctor Al Aswany sino yo, lo que sí dice es que prácticas como el uso del niqab (y no digamos otras peores) son ajenas al islam, y que la opresión contra las mujeres no empezó hasta que los musulmanes entraron en períodos de decadencia. Ignoro si tal afirmación es históricamente cierta, pero sí sé que tiene toda la razón cuando afirma:
Cuando consideremos a la mujer como un ser humano con voluntad, moral, dignidad y personalidad independiente; cuando reconozcamos sus derechos que el islam avaló; cuando confiemos en ella, la respetemos y le demos la plena oportunidad de recibir educación y poder trabajar; sólo entonces se alcanzará la virtud.
Espero sinceramente que el camino que ha emprendido Egipto le lleve a un futuro libre y próspero, y que los sueños del doctor Al Aswany y de millones de sus compatriotas se vean cumplidos.
La democracia es la solución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario