Advertía ayer que posiblemente hablaré en más de una ocasión del libro que estoy leyendo, La España que necesitamos (Almuzara, 2011). Hasta ahora he leído poco más que los dos artículos introductorios y el primer capítulo, que lleva por título Las grandes reformas legales, entre ellas, la de la Constitución. Contiene este capítulo una brevísima introducción de uno de los editores y cinco artículos que firman Manuel Jiménez de Parga, José Bono, Carmen Enríquez, Lorenzo Abadía y Julio Feo.
Es interesante el de Jiménez de Parga sobre el modelo territorial, que como jurista que es comenta en torno a una sentencia del Tribunal Constitucional. Resulta voluntarioso el de José Bono en su afán de abarcar todas las grandes reformas que a su juicio son necesarias. Breve y contundente el de Lorenzo Abadía, partidario sin ambages de un nuevo proceso constituyente. Más breve aún pero mucho menos contundente es el que firma Julio Feo, sin pronunciarse, sobre la monarquía. Sí se pronuncia, y con toda claridad, la autora del quinto artículo, titulado La monarquía del futuro y firmado por Carmen Enríquez.
Admito que ese nombre me era desconocido hasta que leí el artículo. Según la brevísima reseña que lo acompaña es licenciada en historia y titulada en periodismo, ha sido corresponsal de Televisión Española ante la Casa Real, es autora de un libro sobre el rey y coautora de otro sobre los príncipes. Se la supone por tanto conocedora directa y cualificada de la institución y sus representantes actuales.
El artículo no deja ningún lugar a dudas sobre su opción personal por la monarquía; lo que realmente me ha llamado la atención y me parece digno de comentario es la debilidad de la argumentación, sobre todo por que es bastante común entre los partidarios de esta institución.
No sé si merece la pena comentar la curiosa afirmación de que la postura monárquica es defendida, y cito palabras textuales, por personas más maduras y de mayor nivel intelectual, que los indiferentes son personas de nivel intelectual medio o bajo, y los republicanos, siempre textualmente, personas de menor edad que no saben valorar el papel crucial que desempeñó el rey Juan Carlos. Cierto es, y no se abstiene de mencionarlo, que según el CIS los menos monárquicos son los jóvenes, pero de ahí a afirmar que los monarquicos son cultos y los republicanos ignorantes media un abismo. Más aún teniendo en cuenta que si algo no le ha faltado a la generación más joven es acceso a la información y la cultura. Que sean precisamente estos jóvenes los más partidarios de la república es algo que debería preocupar, y mucho, a los monárquicos.
Esta argumentación no puede ser más burda, pero no deja de ser secundaria dentro del artículo. La verdadera argumentación en favor de la monarquía la centra en las cualidades de sus actuales representantes, el rey Don Juan Carlos y el príncipe Don Felipe. Y ahí radica su verdadero error y el de muchos monárquicos, porque esto es, si se me perdona la expresión, confundir el culo con las témporas. Lo que se cuestiona no es la capacidad de las personas que actualmente representan a la institución, sino la institución misma.
Al menos yo no cuestiono ni he cuestionado nunca los méritos de Don Juan Carlos, a quien tengo sincero respeto. Los méritos y cualidades de Don Felipe están por demostrar, pero no tengo razón alguna para ponerlos en duda. Sin embargo nada de eso tiene que ver con lo que se cuestiona, que es la conveniencia, la idoneidad y la razón de ser de la institución monárquica. Los méritos de un rey no justifican la monarquía, puesto que el trono se hereda pero las cualidades personales no. Carlos III pasa por haber sido un buen rey, el reinado de su hijo fue un desastre y su nieto pasa por haber sido el peor rey que ha tenido este país. El de su bisnieta acabó en una revolución. Tampoco los méritos de Don Juan Carlos garantizan los del Príncipe de Asturias y mucho menos los de la infanta Leonor. Ni siquiera garantizan, en rigor, que el propio rey siga ejerciendo en el futuro sus funciones con la misma profesionalidad que hasta ahora. (1)
Claro que se podría decir lo mismo de la república: los méritos de un presidente no justifican la institución. Pero eso sería ignorar la diferencia sustancial de que la presidencia no se hereda. A un presidente lo elegimos, acertadamente o no, por los méritos y cualidades que le sabemos o le suponemos. E igual que lo elegimos lo apartamos del poder si no cumpliese nuestras expectativas.
Paso por alto que la autora califique la preferencia que en la sucesión se otorga, en el mismo grado y línea, al varón sobre la mujer de antigualla impresentable y vergonzosa que debe ser inmediatamente corregida, siendo así que no tiene objeción alguna al hecho de que la jefatura del Estado sea hereditaria.
En definitiva, la conclusión del artículo es que la supervivencia de la monarquía depende de que cada nuevo rey o reina sea capaz de ganarse el respeto y la confianza de los ciudadanos. Y esto es lo verdaderamente llamativo, que tantos monárquicos pretendan justificar la monarquía en los méritos de sus representantes. Flaco favor le hacen a la institución con semejante argumento, ya que en realidad significa condenar a la monarquía a su desaparición: tarde o temprano habrá un heredero que no lo consiga.
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(1) En retrospectiva y a día de hoy, noviembre de 2019, me resulta casi divertido haber escrito esta frase.
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(1) En retrospectiva y a día de hoy, noviembre de 2019, me resulta casi divertido haber escrito esta frase.
me gusta :o
ResponderEliminar"tarde o temprano habrá un heredero que no lo consiga."
muahahahha a ver si mis ojos lo ven jeje