Como es sabido, el neoliberalismo es partidario del Estado mínimo. Según su teoría, el mercado en libre competencia produce espontáneamente todo lo que se neceista y sólo lo que se necesita, y lo distribuye eficientemente. Por lo tanto, toda intervención del Estado es contraproducente. En palabras del economista Alain Minc el capitalismo es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado sí.
Si aceptásemos esa teoría y la llevásemos a sus últimas consecuencias, la conclusión sería que lo ideal no es un Estado mínimo, sino la ausencia total de Estado. Por eso se dice a veces que el neoliberalismo es anarcocapitalista. Pero esto no es correcto, no propugnan la desaparición del Estado sino reducirlo a un Estado mínimo.
¿Qué significa realmente esa expresión? Significa un Estado que se limite a garantizar la propiedad y el orden público. Y es que, por más que digan que el mercado es eficiente y el estado natural de la sociedad, saben que el liberalismo sin cortapisas produce enormes desigualdades e injusticias. El mercado es amoral. Así que se necesita un poder que garantice que los ricos y los poderosos no se verán perturbados ni amenazados en sus personas ni en sus bienes: el Estado mínimo.
Examinemos un poco las medidas que actualmente se nos quiere hacer creer que son necesarias y sin alternativa, y veremos que todas van en el mismo sentido. Reducción del déficit público, que siempre se traduce en reducir el gasto y nunca en mejorar los ingresos, y por lo tanto en reducción de los servicios públicos. Bajar los impuestos, normalmente a las rentas de capital y no a las de trabajo y por más que esto sea contradictorio con la reducción del déficit, lo que significa más recortes en servicios públicos, menos redistribución de la riqueza y más desigualdad.
Y naturalmente la reforma laboral, siempre en idéntico sentido desde hace décadas: lo que llaman flexibilidad. Moderación salarial (el mismo Minc propuso sin despeinarse que los salarios se congelasen durante cinco años), facilitar y abaratar el despido, reducir las cotizaciones sociales, debilitar la negociación colectiva, etc. Se han llevado a cabo varias reformas en ese sentido y ninguna ha producido los resultados prometidos.
Todas han fracasado, lo que no es obstáculo para que se sigan exigiendo nuevas reformas. Igual que han fracasado las políticas de liberalización y privatizaciones del FMI. Todos los países en que se han aplicado, sin excepción, han acabado más pobres que antes, lo que no impide que insistan en ellas pese a la evidencia y la magnitud de su fracaso.
Todo esto tiene un fin que va más allá de la crisis actual aunque quieran hacernos creer que superarla es el objetivo. No lo es. El objetivo no es otro que volver a su modelo del Estado mínimo, también en esto a pesar de la evidencia de ya se experimentó con nefastas consecuencias.
Los políticos estarán en lo sucesivo bajo el control de los mercados financieros, afirmaba en 1997 el presidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer. Le faltó añadir como en el pasado estuvieron bajo el control de los grandes trusts. Lo peor es que esa temible profecía parece que tiene todos los visos de hacerse realidad.
Evitarlo depende de todos los que no creemos que el mercado está por encima de la moral y la justicia. El que calla otorga, dicen. Por eso, y por lo que está en juego, no podemos callar.
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