Que los impuestos son necesarios para el mantenimiento del Estado nadie lo duda, al menos nadie sensato. Lo que siempre está en cuestión es el alcance que deben tener y, sobre todo, el reparto de la carga tributaria. En los últimos años y con motivo de la crisis económica, los neoliberales y un sector de la derecha política vienen cuestionando la progresividad de los impuestos.
No está de más recordar, aunque sé que no hará falta, que un impuesto es progresivo cuando pagan más los que más tienen. En términos generales, los impuestos indirectos, que gravan el consumo, tienen un carácter regresivo al aplicar el mismo tipo impositivo a todos los ciudadanos con independencia de su nivel de riqueza. La progresividad se aplica por tanto en los impuestos directos, que gravan la renta en origen, aplicando tipos más altos a los ciudadanos con ingresos mayores.
En contra de este principio he venido leyendo cuatro argumentos, si hay alguno más yo no lo conozco. El primero de ellos me parece tan disparatado que dudé en recogerlo aquí porque parece una broma. Dicen algunos que obligando a los ricos a pagar impuestos obligatoriamente se les priva de la oportunidad de ser generosos pagándolos voluntariamente. No creo que tal argumento merezca más comentario.
Un segundo argumento es que manteniendo bajos los impuestos a los más ricos se estimula la inversión y por tanto el crecimiento económico. Si alguien puede demostrarlo, de acuerdo, pero hasta donde yo sé (y admito que no sé mucho) la experiencia no lo demuestra, sino todo lo contrario. Los impuestos bajos para las rentas altas no incentivan la inversión privada, o no lo suficiente, y en cambio deprimen la inversión pública y con ella la economía de las naciones. Así lo demuestra la experiencia de la totalidad de los países que han aplicado esta medida a instancias del FMI. Ni uno solo mejoró su situación; todos, absolutamente todos, acabaron más pobres de lo que eran.
Un tercer argumento es que los ricos no tienen por qué pagar más impuestos, ya que no se benefician más de ellos. Además de tremendamene insolidario, este argumento es engañoso. Cierto es que los ricos no suelen acudir a la sanidad pública o, como me dijo alguien, que no gastan más aceras. Pero esto es ignorar que buena parte de los impuestos se destinan a infraestructuras rentables solo a largo plazo, como puertos, aeropuertos, ferrocarriles, polígonos industriales, etc., cuyos principales beneficiarios son las grandes empresas y que, en todo caso, solo son posibles con un sistema tributario sólido y progresivo. Por no mencionar, como le dije al de las aceras, que los ricos sin duda se benefician más de la seguridad que proporciona el Estado, ya que nadie roba a un indigente.
El cuarto y último argumento es otra muestra de insolidaridad. Los ricos, dicen, lo son gracias a su esfuerzo y obligarles a pagar más impuestos que a los pobres es en realidad robarles el fruto de su trabajo para dárselo a quienes no se lo han ganado. Ignoremos el hecho de que un porcentaje sustancial de las grandes fortunas son heredadas e ignoremos el hecho de que no partimos todos en igualdad de condiciones. Aún así esto es falso.
En este argumento, el que más me interesa, subyace una afirmación tan repetida que ya casi nadie se la cuestiona: que son los empresarios los que crean riqueza. ¿Es esto cierto? Yo creo que si no es falso es solo media verdad, o media mentira, según se mire. Los empresarios crean riqueza, sí, pero no ciertamente ellos solos.
Pongamos como ejemplo, solo porque a mí me conviene, un astillero destinado a la construcción de grandes buques. Desde luego hace falta que alguien aporte el capital y los medios de producción, pero eso no basta, harán falta unos ingenieros que diseñen los buques. Y una vez diseñados, no van a pasar del plano a la realidad por arte de magia, harán falta soldadores, armadores, tuberos, electricistas, etc. Y harán falta también jefes de obra y capataces que organicen a toda esa gente.
Todos ellos crean riqueza. El empresario la crea indirectamente al poner medios materiales y organizativos que potencian el trabajo del obrero, del campesino o del pescador que son, en última instancia, la fuente de toda riqueza. Después de todo, ya se construían barcos antes de existir los grandes astilleros. Unos carpinteros de ribera no construirán un transatlántico, pero pueden construir un barco sin necesidad de un gran empresario. Es más dudoso que un gran empresario sin obreros pudiera construir siquiera una canoa.
No niego, por tanto, que los empresarios creen riqueza, pero la crean potenciando el trabajo del obrero. La riqueza la crean entre todos. Y si todos ellos crean riqueza, todos tienen el legítimo derecho de participar en el beneficio. La cuestión, por supuesto, es en qué medida debe participar cada uno.
¿Es equitativa la distribución de las rentas de trabajo y las del capital? Yo creo que no, y que la desproporción, que ha ido aumentando constantemente, es abrumadora. Entrar en detalles haría este texto demasiado largo pero, simplificando, las grandes empresas se valen de una posición de fuerza para mantener los salarios bajos, por debajo de lo que sería justo.
Aquí es donde entra la función redistributiva del Estado. No se trata, como dicen los neoliberales, de quitarle a los ricos para darle a los pobres, y mucho menos de quitarle a nadie el fruto de su trabajo, sino de corregir las deficiencias del sistema limando las desigualdades excesivas e injustas.
Aquí es donde entra la función redistributiva del Estado. No se trata, como dicen los neoliberales, de quitarle a los ricos para darle a los pobres, y mucho menos de quitarle a nadie el fruto de su trabajo, sino de corregir las deficiencias del sistema limando las desigualdades excesivas e injustas.
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