Platón fue sin duda uno de los pensadores más influyentes de la filosofía occidental, y aún hoy su obra es reconocida como una cumbre del pensamiento. Tanto es así que se dice que toda la filosofía europea es una serie de notas a Platón, y desde los escaparates de las librerías autores modernos nos recomiendan más Platón y menos Prozac.
Por eso sé que hoy sí que voy a sacar los pies del tiesto, cargando contra veinticuatro siglos de tradición filosófica cual Quijote contra los molinos. Y no porque vaya a negar la influencia de Platón, lo que sería absurdo, sino porque, lejos de creer que fuese una de las cumbres de la filosofía, creo que fue uno de sus puntos más bajos. Diré, para ser honesto, que no he leído toda su obra. Solo algunos diálogos y, naturalmente, el viejo manual de historia de la filosofía del instituto.
Los primeros filósofos griegos querían entender la realidad que les rodeaba, renunciando a las explicaciones míticas para sustituirlas por otras racionales. Y, hablando en términos generales, encontraron el camino adecuado: aplicar la razón a la observación de la naturaleza. Pensadores anteriores a Platón como Tales, o contemporáneos suyos como Demócrito destacaron en este camino.
Esta vía empezó a ser abandonada en realidad antes de Platón, y no lo fue del todo ni siquiera después de él, pero es Platón quien, en mi opinión, mejor representa el abandono de esta filosofía y en cierto modo de toda filosofía. Y en todo caso es, sin duda, el más influyente.
Dejó escritos un buen número de libros sobre muy diversos temas, pero la parte central de su pensamiento, y la más admirada, es la teoría de las ideas. Muy resumidamente, rechazó las teorías anteriores porque creyó que no le permitían progresar en el conocimiento, creía también que el orden no podía provenir del desorden.
Imaginó entonces unos entes inmateriales, eternos, perfectos e inmutables, con una existencia propia e independiente del mundo material y que eran la realidad última, incluso la única realidad. Todo lo que observamos no es más que la plasmación de las ideas sobre la materia imperfecta, caótica y corruptible. El Universo debería ser perfecto, conforme a las ideas, si no lo es se debe a que la materia introduce el desorden y la corrupción.
Y aquí es donde muere la filosofía. Las ideas, la auténtica realidad, solo pueden ser captadas por la razón y no por los sentidos. En consecuencia no se debe perder el tiempo observando la naturaleza, la única fuente de conocimiento es la contemplación de las ideas. Cualquier discrepancia con lo que observamos se debe a la corruptibilidad de la materia y debe ser ignorada.
Existe una vieja broma según la cual si la teoría no se ajusta a los hechos, hay que prescindir de los hechos. Esto es, en el fondo, lo que hizo Platón. Y lo que es peor, recomendó hacer lo mismo a sus discípulos. Incluso llegó a recomendar la destrucción de los libros de Demócrito. Renunció al camino emprendido por los filósofos, a la explicación racional, para sustituirla por un nuevo mito.
Su influencia posterior fue enorme, especialmente a raiz de la expansión del cristianismo al mundo griego. El pensamiento platónico, con sus ideas perfectas y su demiurgo, cuadraba bien al cristianismo. Y en todo el mundo cristiano, con honrosas pero escasas excepciones, la filosofía fue sustituida por la teología.
Así que me disculparán los filósofos si no comparto tanta admiración por la obra de Platón. Sin duda fue un hombre brillante, pero erró totalmente el camino. Conocer su obra es importante para comprender nuestra historia, pero en lugar de recomendar más Platón y menos Prozac, yo recomendaría menos Platón y más filosofía.
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