sábado, 6 de julio de 2013

Más cosas que no cambian

Bernal Díaz del Castillo
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

CAPITULO CV

Cómo se repertió el oro que hobimos, así de lo que dio el gran Montezuma como lo que se recogió de los pueblos, y de lo que sobre ello acaeció a un soldado

Lo primero se sacó el real quinto y luego Cortés dijo que le sacasen a él otro quinto como a Su Majestad, pues se lo prometimos en el Arenall cuando le alzamos por capitán general y justicia mayor, como ya he dicho en el capítulo que dello habla. Luego, tras esto, dijo que había hecho cierta costa en la isla de Cuba, que gastó en el armada, que lo sacasen del montón. Y demás desto, que se apartase del mismo montón la costa que había hecho Diego Velázquez en los navíos que dimos al través, pues todos fuimos en ello. Y tras esto, para los procuradores que fueron a Castilla. Y demás desto, para los que quedaban en la Villa Rica, que eran setenta vecinos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan Sedeño que le mataron los de Tascala de una cuchillada. Pues para el fraile de la Merced y el clérigo Juan Díaz y los capitanes y los que traían caballos, dobladas partes, e escopeteros y ballesteros por el consiguiente, e otras sacaliñas. De manera que quedaba muy poco de parte. Y por ser tan poco, muchos soldados hobo que no lo quisieron rescibir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podíamos hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era por demás. E otros soldados hobo que tomaron sus partes a cien pesos, y daban voces por lo demás. Y cortés, secretamente, daba a unos y a otros, por vía que les hacía merced, por contentallos, y con buenas palabras que les decía, sufrían.

[...]

Y diré lo que a un soldado que se decía Hulano de Cárdenas le acaesció. Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de Triana o del Condado, e el pobre tenía en su tierra mujer e hijo, y como a muchos nos acontesce, debría de estar pobre y vino a buscar la vida para volverse a su mujer e hijos. E como había visto tanta riqueza en oro, en planchas y en granos de las minas y tejuelos y barras fundidos, y al repartir dello vio que no le daban sino cien pesos, cayó malo de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veía cada día tan pensativo y malo, íbale a ver y decíale que de qué estaba de aquella manera y sospiraba tanto de rato en rato. Y respondió el piloto Cárdenas, que es el que estaba malo: "¡Oh, cuerpo de tal comigo! ¡Y no he de estar malo, viendo que Cortés ansí se lo lleva todo el oro, y como rey lleva quinto y ha sacado para el caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velázquez y para otras muchas trancanillas! ¡Y que muera mi mujer e hijos de hambre, pudiéndolo socorrer cuando fueron los procuradores con nuestras cartas y le enviamos todo el oro y plata que habíamos habido en aquel tiempo!" Y respondióle aquél su amigo "Pues ¿qué oro teníades vos para les enviar?" Y el Cárdenas dijo: "Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabía, con ello se sotuvieran mi mujer e hijos, y aun les sobraran; mas mirá qué embustes tuvo: hacernos firmar que sirviéssemos a Su Majestad con nuestras partes y sacar del oro para su padre, Martín Cortés, sobre seis mil pesos, e lo que escondió. Y yo y otros pobres, que estemos de noche y de día batallando, como habéis visto en las guerras pasadas de Tabasco y Tascala y lo de Cingapacinga e Cholula, y agora estar en tan grandes peligros como estamos, y cada día la muerte al ojo, si se levantasen en esta cibdad. E ¡que se alce con todo el oro y lleve quinto como rey!"

[...]

Y ansí cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó a saber Cortés. Y como le decían que había muchos soldados descontentos por las partes del oro y de lo que habían hurtado del montón, acordó de hacer a todos un parlamento con palabras muy melifluas. Y dijo que todo lo que tenía era para nosotros, y que él no quería quinto, sino la parte que le cabe de capitán general, y cualquiera que hobiese menester algo, que se lo daría. Y aquel oro que habíamos habido era un poco de aire: que mirásemos las grandes cibdades que hay y ricas minas, que todos seríamos señores dellas y muy prósperos y ricos. Y dijo otras razones muy bien dichas, que las sabía bien proponer. Y mandó que los bastimentos que traían los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los soldados como a su persona. Y demás desto, llamó aparte al Cárdenas y con palabras le halagó, y le prometió que en los primeros navíos le enviaría a Castilla a su mujer e hijos, y le dió trescientos pesos, y ansí se quedó contento con ellos.

CAPITULO CVI

Cómo hobieron palabras Juan Velázquez de León y el tesorero Gonzalo Mexía sobre el oro que faltaba en los montones antes que se fundiese, y lo que Cortés hizo sobre ello.

[...] Y Juan Velázquez de León en aquel tiempo hacía labrar a los indios de Escapuzalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio. Y como Gonzalo Mexía, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese, pues no estaban quintadas y era conocidamente ser de las que había dado el Montezuma, y el Juan Velázquez de León, que era muy privado de Cortés, dijo que no le quería dar ninguna cosa y que no lo había tomado de lo que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las había dado antes que se hiciesen barras. Y el Gonzalo Mexía respondió que bastaba lo que Cortés había escondido y tomado a los compañeros. Y todavía, como tesorero, demandaba mucho oro, que no se había pagado el real quinto, y de palabras en palabras, vinieron a se desmandar y echaron mano a las espadas. Y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos a dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y valientes por las armas, y salieron heridos cada uno con dos heridas. Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena gorda. Y parece ser, según muchos soldados dijeron, que secretamente habló Cortés al Juan Velázquez de León, como era mucho su amigo, que se estuviese preso dos días en la misma cadena y que sacarían de la prisión al Gonzalo Mexía, como a tesorero. Y esto lo hacia Cortés porque viésemos todos los capitanes y soldados que hacía justicia, que el Juan Velázquez, uña y carne del mismo capitán, le tenía preso.

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