jueves, 7 de febrero de 2013

La presunción de inocencia y otras historias

Repetido hasta la saciedad, hasta el aburrimiento. Un político es señalado como sospechoso de corrupción e inmediatamente todos los partidos de la oposición  exigen su dimisión, al tiempo que los del suyo reclaman la presunción de inocencia. Al día siguiente el señalado es del partido contrario y se intercambian los papeles: los que ayer exigían dimisiones reclaman la presunción de inocencia, y los que ayer exigían para sí la presunción de inocencia reclaman dimisiones.

Vayamos por partes. La presunción de inocencia es un principio totalmente lógico y razonable del Derecho penal. A nadie se le puede imponer una condena sin que se haya demostrado su culpabilidad. Hasta aquí seguro que todos estamos de acuerdo. Sin embargo este excelente principio del Derecho penal no es en absoluto trasladable a la vida política. Si sobre el señor Fulano Pérez recaen sospechas de actos ilícitos claro que debemos respetar la presunción de inocencia. Pero eso solo significa que no se le puede meter en la cárcel sin que haya sido juzgado, no que no se pueda reclamar su dimisión. El señor Pérez ocupa su cargo porque los ciudadanos lo consideraron digno de confianza, y si tal confianza se pierde es perfectamente razonable esperar que el señor Pérez deje el puesto. Pensar otra cosa en confundir churras con merinas. Claro está que no puede bastar con que cualquiera señale con el dedo para acabar con la carrera política de una persona. Eso, además de ser muy injusto, ciertamente haría imposible toda política sensata. Hablamos de que de verdad existan fundamentos para la desconfianza, o bien que esta sea realmente generalizada.

Y esta es la segunda parte, porque han sido los propios políticos los que han estado sembrando la desconfianza. Me viene a la mente el ejemplo del señor José Blanco. Bastó una filtración de una declaración de un imputado en un juicio, sin más, para que los rivales clamaran por su cabeza. Y pongo este ejemplo tan solo porque es el primero que se me ha ocurrido, no porque tenga especial simpatía ni por el señor Blanco ni por el partido en que milita. La cuestión es que llevan años y años señalandose unos a otros, salpicándose de mierda, pero siempre sin asumir para sí mismos la menor responsabilidad. Escándalo tras escándalo, fueran cuales fueran los indicios y hasta las pruebas palmarias, la reacción siempre ha sido la negación, el "pongo la mano en el fuego", y el "hay que respetar la presunción de incencia". Hasta en el Derecho penal existe la prisión preventiva, hasta en el Derecho administrativo existen las medidas cautelares. Pero en política, no. En política la norma es aferrarse al cargo y proteger al correligionario hasta que un juez diga que eres un delincuente. Y aún entonces habrá siempre algún imbécil que diga aquello de "acato la sentencia pero no la comparto".

Siembra vientos y recogerás tempestades. Una iniciativa en Internet acaba de obtener un millón de firmas por la dimisión del Presidente del Gobierno, todo un record tanto por el número de firmas como por el tiempo en que se han obtenido. Es simbólico, porque las firmas recogidas de este modo no son jurídicamente válidas y, aunque lo fueran, tengo la convicción de que serían igualmente ignoradas. Es simbólico pero sintomático del grado de descomposición al que ha llegado la vida política española. Si el Partido Popular hubiera adoptado otra actitud en ocasiones anteriores, particularmente en la trama Gürtel, tal vez ahora sí estaría en posición de hablar de la presunción de inocencia o, al menos, de hacer ver que pedir la dimisión del Presidente del Gobierno es algo muy serio que no se puede hacer a la ligera. Y lo mismo se aplica, evidentemente, al Partido Socialista. Ni uno ni otro están, a mi juicio, en posición de afirmar que aún cuentan con la confianza de los ciudadanos.

Y nos queda hablar de éstos; porque, como decía en mi anterior entrada, no somos ajenos a esta situación. Nosotros los hemos elegido, en no pocas ocasiones a sabiendas de que eran sospechosos de deshonestidad e incluso estando formalmente acusados ante la justicia. Si ellos no están en posición de decir que cuentan con nuestra confianza, tampoco nosotros, o la mayoría de nosotros, estamos en posición de decir que esa confianza haya sido traicionada. Hoy estoy para refranes: no hay peor sordo que el que no quiere oir. Si preferiste cerrar los ojos y no ver lo que estaba pasando, no digas ahora que no lo sabías. Y no digas que no eres responsable de nada. Lo somos todos, o casi.

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