No es ninguna gran revelación decir que el PSOE está atravesando una crisis muy profunda, que se refleja en la sangría de votos que vienen sufriendo desde las elecciones municipales de mayo del año pasado. Sin embargo la pérdida de votos no es en absoluto su problema, es solo el síntoma. Los votos se pierden porque el partido ya no despierta la ilusión ni la confianza de sus antiguos votantes, y tiene que haber unas causas, que son internas. Quiero decir que no se trata de que hayan surgido otras fuerzas que despierten mayor ilusión. Aunque parte de los votos perdidos hayan ido a parar a otras formaciones, ni son nuevas ni ofrecen nada realmente novedoso. Luego los motivos no son externos, están en el propio PSOE.
Las explicaciones usuales, los escandalosos casos de corrupción, el giro en la política del expresidente Rodríguez Zapatero o el escaso carisma del señor Pérez Rubalcaba, con ser ciertas no me parecen suficientes. Todo eso no dejan de ser cuestiones accidentales que el PSOE podría superar con relativa facilidad si sus dirigentes realmente lo quisieran. El problema es que ha perdido a su electorado "natural" porque ha dejado de ser percibido como socialista y obrero. En mi humilde opinión, con motivo.
Consideremos la política seguida durante las dos legislaturas en que gobernó el señor Rodríguez Zapatero. No voy a negar, porque no es esa mi intención, lo positivo de algunas de las medidas que se aprobaron, tales como la revalorización de las pensiones o la ley de dependencia. Otras fueron de un acusado populismo electoralista, como la devolución de 400€ de IRPF. Lo importante es que, más o menos acertadas, fueron medidas que no atacaron ni por asomo los verdaderos problemas y, sobre todo, que no respondían a una filosofía socialista. Se hicieron cargo de un Estado social débil y renunciaron por completo a desarrollarlo. De nada sirve adoptar medidas aparentemente progresistas si no te dotas de los medios para sostenerlas, y el Gobierno socialista no lo hizo al no abordar ni por asomo el problema de la fiscalidad que constituye tal vez nuestra mayor debilidad.
Llegó la crisis y dejó a la vista de todo el mundo lo que antes no supimos o no quisimos ver. Que se había estado dando continuidad a la suicida política económica del anterior Gobierno del señor Aznar. Por temor al incremento del paro o por temor a las consecuencias electorales de las medidas que habrían sido necesarias (quiero creer que lo primero), no solo no atajaron sino que permitieron que continuaran inflándose las burbujas inmobiliaria y financiera. Y no lo hicieron por ignorancia sino a sabiendas, a pesar de los informes y los análisis que desde años atrás alertaban del enorme peligro. El partido que se decía socialista dejó que se desarrollara un salvaje capitalismo especulativo sin hacer nada. Y, de remate, una reforma constitucional impuesta sin diálogo ni consulta y que supone una rendición incondicional al poder económico.
Perdieron las elecciones municipales y perdieron las elecciones generales de manera contundente. Era el momento de la autocrítica, de analizar por qué su electorado les volvía la espalda y poner el remedio; pero no lo hicieron. Creyeron resolver su crisis con un cambio en la cúpula dirigente que no cambiaba nada en la filosofía del partido. Escondieron al expresidente debajo de la alfombra en la esperanza de que se olvidarían sus pecados, pero se olvidaron del pecado mayor que no iba a ser olvidado: su renuncia al socialismo.
Y si el PSOE ya no es un partido socialista ¿qué es entonces? Nada. Soy consciente de lo que digo, y no voy a decir eso de que ahora es un partido de derechas. No lo es, pero tampoco es ya de izquierdas. No es más que un espectro que vaga en busca de un poder que no sabe para qué quiere, alimentándose del miedo a la derecha para no desaparecer.
Ppor si alguien se llama a engaño, añadiré que ni pretendo hacer escarnio ni soy de los que se alegran de esta situación. Al contrario, lo digo con pena. Yo votaría contento a un PSOE que tuviera un modelo de Estado digno de sus siglas. Pero no lo tiene, ni creo que tenga modelo de Estado en absoluto.
Si el PSOE ha de recuperar el lugar que durante tantos años le ha correspondido en la política española, necesita un nuevo proyecto. No lo va a lograr con lavados de cara, ni con componendas ni parches, ni con oposiciones tan responsables que no parecen ni oposiciones. Necesita ofrecer un proyecto nuevo, global y coherente, sólidamente fundado en los principios de la democracia, la solidaridad y la justicia social. Necesita convencer con algo más que palabras de que no sólo se pondrá freno a la regresión democrática y la deriva neoliberal, sino que se va a emprender con decisión el camino que nos lleve a un Estado social, democrático y de derecho real, y no solo nominal.
Dudo mucho, para ser sincero, que tal cambio llegue de la mano de sus actuales dirigentes. Creo que si no lo impulsan los militantes de base, no se producirá. También podría ocurrir, y tal vez esto sea lo peor, que el PSOE recupere su posición sin que ese cambio se produzca; simplemente porque las consecuencias de las políticas del Partido Popular hagan que las del PSOE parezcan buenas por comparación. Eso me parecería terrible, porque convertiría al PSOE en una simple pieza de un poder sin alma.
Por todo esto espero que los más recientes desastres electorales del PSOE sirvan, esta vez sí, de auténtico revulsivo y no se vuelvan a saldar en un cambio de caras para que todo siga igual.